La bailarina i coreógrafa valenciana ha dedicado unas emotivas palabras a Marina Civera y a su Corte de Honor
Muy distinguida Fallera Mayor de Valencia, MARINA CIVERA, damas de la Corte de Honor,excelentísimo señor alcalde de la ciudad de Valencia, autoridades, señor Presidente y miembros de la Junta Central Fallera, falleras mayores y presidentes de las comisiones falleras, señoras y señores, amigos y amigas.
Mi intervención tiene que empezar a la fuerza con una confesión, que es también una manera de pediros benevolencia ante mi inseguridad. Porque fue grande la inseguridad, y grande la turbación que sentí —y todavía continúa—,cuando se me propuso que hiciera el discurso de exaltación de la Fallera Mayor de la ciudad de Valencia, mi ciudad.
¿Por qué yo, me pregunté? Mi campo de actuación son las artes escénicas, y más concretamente la danza contemporánea. Una profesión cuyo objetivo es tratar de crear, de diseñar belleza, por medio del lenguaje de los cuerpos. Y hacerlo siempre desde mis raíces: quién soy, como soy, de dónde soy. Es decir, desde una apreciación personal y cultural. Desde el Mediterráneo, desde Valencia, que es donde nací y donde vivo, donde vivimos y desde donde creamos nuestras obras. Unas obras de arte que solo existen en el momento que las bailamos, que las representamos en un teatro, y que, una vez bailadas, desaparecen, son efímeras. Lo mismo que las Fallas.
Y es aquí, partiendo de este parecido, donde empecé a generar el hilo conductor que me llevó a aceptar ser la mantenedora de este acto. Y es que mi vida, mi historia íntima y personal, siempre ha estado muy unida a las Fallas. Soy de familia fallera, toda mi infancia y mi juventud va ligada a la fiesta, en ella encontré los mejores compañeros de viaje; en la falla, crecí junto a otras falleras y falleros que, a pesar de que la vida nos ha llevado después por caminos diferentes, hoy, cuando me los encuentro,todavía siento que son mi familia. Y en la falla aprendí, entre otras cosas, a tener respeto a los mayores —no solamente en edad, sino también en experiencia—una cosa que ahora, por desgracia, quizás no se aprecia como es debido. Respeto y afecto, un afecto que con los años ha ido creciendo y creciendo: ¡Cuántos padres y cuántas madres he tenido en mi vida fallera, y como los recuerdo y quiero!
Mi vida en las fallas va ligada al hombre que más quiero y admiro, mi padre: Edison Valls Castro. Por él, en homenaje a su memoria—en ese momento lo comprendí—yo, su hija, coreógrafa y bailarina, tenía que aceptar este honor que se me ha ofrecido. Tenía que hacerlo por mi padre, pero también por esos otros amigos/padres—tantos ya—que nos han dejado también: todos ellos, con su dedicación, su amor por las Fallas, han marcado toda una época de nuestra vida.
La primera vez que mis padres me vistieron de valenciana tenía nuevo meses, y desde aquel momento hasta hoy, tengo todo un armario lleno de trajes de valenciana, míos y de mi hija, de diferentes tamaños. Incluso tengo espolín blanco sin usar, porque a mi madre le habría gustado que me casara vestida de fallera. Tanta ha sido nuestra implicación en las Fallas.
Mi padre fue presidente de la Falla Albacete-Marvà, fundador y miembro de la comisión de la falla Los Doctores hasta el último momento de su vida, y también formó parte de la Junta Central Fallera. Yo misma he sido fallera mayor infantil, lo mismo que mi hija, y he formado parte, también, de la Corte de Honor de la Fallera Mayor Infantil de Valencia.
Así que, llegados a este punto, después de exponer mi currículum, a nadie tiene que extrañarle si digo que lo que más admiro de las fallas son las comisiones. Las comisiones falleras. Esos grupos de locas y locos maravillosos, que más allá del trabajo agotador de cada día y de las obligaciones familiares, y sacrificando horas de descanso, se embarcan en la aventura de mantener viva la vida del barrio, y son capaces de orientar las relaciones humanas y de unir los esfuerzos de todos para conseguir unos objetivos comunes. En las comisiones se crean vínculos de amistad, de una amistad duradera que muchas veces supera la familia consanguínea, y que incluso transciende la misma permanencia temporal en la comisión: son vínculos que pasan de padres a hijos.
Las Fallas son posibles porque existe el amor. Sin él, sin el amor, no solamente la vida de las personas se vuelve enjuta, sino también la de las ciudades. Y esa es la vacuna que a todas las valencianas y valencianos nos hace fuertes y nos hace querer nuestra ciudad: el aliento humano que comportan las Fallas. Ese sentido—por muy devaluado que esté hoy el concepto— que podamos y debemos de denominar de hermandad.
A las Fallas las identifico con la palabra solidaridad. En las comisiones, personas de diferentes edades, con diferentes ideologías, diferente nivel cultural, con diferente concepción política —o con ninguna—, incluso de diferente nivel social, unen sus esfuerzos, sus mentes y sus coros para materializar y llevar a la práctica un proyecto. Para hacer tangible un sueño, que es plantar una falla, y todo lo que comporta. Y lo que a nosotros nos parece normal, porque así lo hemos vivido siempre, no lo consigue ninguna otra forma de asociacionismo existente en el mundo, excepto quizás las organizaciones no gubernamentales (las ONG) que nacen por la solidaridad y se rigen por el respeto y el civismo.
Esa es otra palabra mágica que define nuestra fiesta y sus protagonistas: el civismo. El concepto elude a una conducta que se desarrolla en concordancia con las normas de convivencia que regulan la vida de una comunidad. Más concretamente, al comportamiento de la persona que contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y, con esto, al bienestar de los otros miembros de la comunidad. ¿Hay algo más altruista que una sociedad que cultiva sus valores? Sí. Una sociedad que cultiva sus valores desde la igualdad de sus gentes, desde la libertad. Y siempre respetando y aceptando las diferencias, la diversidad. Una sociedad basada en la confianza mutua. En suma, en el respeto. ¡Estimados valencianos y valencianas, tomemos buena nota: la fiesta de las Fallas nos ayuda a ser buenas personas! ¿Qué más podríamos desear? Ser mejores personas, en un mundo en que las buenas personas se están convertido, casi, en minoría.
Pues bien, yo lo afirmo, yo lo sé: los falleros son, somos, buenas personas. Porque creemos los unos en los otros. Porque nos ayudamos. Porque somos solidarios.
Y por eso es importante que, al mismo tiempo, reforcemos el valor cultural de las Fallas. Porque la cultura es un poquito más que erudición o plástica. Que economía o estética. La cultura también es una virtud que nos vincula al civismo. Al respeto y las libertades. Que nos obliga a ejercer como miembros responsables de una comunidad.
Y la comunidad fallera, a su vez, se vincula en los barrios. Una ciudad que se hace grande, que crece, tiende inevitablemente a deshumanizarse. Por eso es tan importante conservar la idea y el espíritu de los barrios. Para conseguir este objetivo, que en cualquier otra parte sería muy difícil, nosotros tenemos la suerte de tener los casales. Sin ellos no tendríamos barrios, no habría vida de barrios. Claro y raso: estaríamos en el camino de deshumanizarnos.
El 2016, todos nos sentimos especialmente emocionados cuando la UNESCO declaró las Fallas, nuestras Fallas, patrimonio inmaterial de la humanidad. Patrimonio es aquello que merece ser conservado y debe de ser conservado, y que tiene que transmitirse como legado para las generaciones futuras. Y esto es muy importante: es pasado, pero es un pasado que se proyecta hacia el futuro. Y que no solo se tiene que conservar, sino que se tiene que hacer crecer, se tiene que llenar de vitalidad, de forma que cada año vuelve a nacer con ilusiones y con energías renovadas.
Valdría la pena que nos detuviéramos ahora en hablar de la importancia del papel de las mujeres en nuestra fiesta. No negaremos que hubo un tiempo en que las falleras teníamos fama de servir solo de “florero”. Se decía que las mujeres éramos las reinas de la fiesta, y que todo se hacía en nuestro honor, pero bien es verdad que, más allá de lucir “palmito”, teníamos poco que decir. En las Fallas, y en la vida cotidiana. En la política y en la sociedad. ¡Pero esto afortunadamente se ha acabado! En un momento en que las mujeres tenemos tanto que decir, tanto que aportar en la fiesta, tanto que renovar, os animo, falleras y mujeres que formáis parte de las diferentes comisiones así como del mundo fallero, que hagáis que este cambio sea permanente, que no se paralice, que siga creciendo. Os animo a continuar haciendo de las Fallas un en torno en igualdad indiscutible. Os animo a asumir lugares de responsabilidad dentro de las comisiones, estamos más que preparadas para ello; os animo a ser creativas y transgresoras, no solamente dentro de las comisiones, sino también, y sobre todo a ganar presencia y trato igualitario. Os animo a vosotros, a las mujeres que trabajáis en los talleres, a las mujeres artistas falleras, a las pirotécnicas, a las mujeres músicas, a todas las que con su trabajo conforman el mundo fallero y hacen de él este lugar maravilloso de encuentro y de hermandad. Y ahora también de igualdad.
Esforcémonos, amigas, para asumir los lugares de responsabilidad, para ser audaces, compartiendo los mismos derechos y obligaciones que los hombres falleros. Como decía nuestra estimada Carmen Alborch, que tanto escribió sobre nosotras, las mujeres,“la generosidad hace grandes [las personas] y la envidia las hace pequeñas”.Así que ya lo sabéis: seamos generosos. Seamos generosas. Todas. Y todos.
Y apoyemos desde las Fallas a su propuesta, una propuesta que Carmen lanzó al aire en su última aparición pública, cuando la dolencia le hacía ya romper la voz, y por eso mismo su grito resultaba todavía más vibrante: el feminismo tendría que ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad, como lo han sido las Fallas. Y nuestras instituciones se han hecho eco de esta propuesta. Gracias, en nombre de todas las mujeres. Como decía Carmen Alborch,“la generosidad nos hace grandes”.
Y hablando de generosidad, aquí, a nuestro lado, tenéis una prueba: la que tiene nuestra Fallera Mayor, Marina Civera. ¡Qué orgullosa estoy de ella y cuánto le agradezco el secreto que compartimos!
Una generosidad, repito, propia de la más alta autoridad de la fiesta, de esa mujer fallera que nos representa a todas. A ti. A mí.
Un generosidad que le hace estar más que orgullosa de su cargo. ¡Porque puede estarlo! ¡Es un sueño para cualquier mujer! Y el caso es que, más que respirar orgullo, al hablar con ella se respira servicio público. Y amor, mucho amor por sus compañeras de la Corte. Por las comisiones, por el mundo fallero. Y por Valencia. Una generosidad que la hace grande y próxima, una mujer que no duda en acercarse a la gente con amabilidad, que no tiene miedo de enfrentarse a los retos, que mira al futuro con energía.
Me gustas, Marina Civera. Eres una mujer preparada, independiente, con ideas propias, con una mente muy amueblada y una muy clara visión de futuro. No solamente eres bonita por fuera, también y, sobre todo, lo eres por dentro. Y esto solo es fruto de una educación aprendida dentro de una familia llena de valores, como la tuya. El amor por las Fallas le viene a Marina de su madre, estudiosa de la indumentaria valenciana, que ha inculcado a su familia el amor por nuestras tradiciones. Y es que no puede existir una gran fallera si no está apoyada por una gran familia.
Una Fallera Mayor de Valencia que tampoco olvida su falla, que no olvida que hasta hace poco, en el casal, preparaba la mesa con sus compañeros la noche que le tocaba, y que sabe que no pasa nada por volverlo a hacer las veces que haga falta, porque no hay trabajo insignificante, sino personas que hacen insignificantes los trabajos. Un verdadero ejercicio de responsabilidad, de la que no todo el mundo es siempre consciente. ¡Pero tú, sí! ¡Y esto te hace grande!
Marina, a la que le gustaría alguna vez ser presidenta de su falla, es una amante del folclore valenciano, que practica desde pequeña. En su falla mantienen viva el alma de les “dansaes valencianes». Y Marina baila y da clases con las nuevas incorporaciones. Como una profesional. Me parece sumamente importante que nuestro patrimonio de danzas tradicionales no se pierda. Es de una riqueza y una elegancia extraordinaria. Por eso, hay que protegerlo y potenciarlo, y Marina lo sabe muy bien y a esto dedica parte de su esfuerzo. Valenciana de tronco y raíz.
Generosidad, entrega y solidaridad. Tres virtudes de su carácter que, unidas a una cuarta, la alegría, nos darán a los valencianos grandes satisfacciones a lo largo de su reinado.
Y una de las cosas que más enorgullece, a Marina, de las fallas actuales, es la vertiente solidaria. Comisiones que unen sus esfuerzos para participar en causas solidarias, generosamente altruistas, de ayuda a colectivos desfavorecidos. Marina valora y admira esa labor que cada vez más fallas impulsan. Tal es su madurez.
Y como no podía ser de otro modo, Marina, diciéndose cómo se llama, adora el mar. El mar, uno de los elementos consustanciales de Valencia. Y, sobre la frágil madera que le hace cabalgar sobre las olas (perdonáis la metáfora, es una experta windsurfista), Marina une, alrededor de su persona, los cuatro elementos de los que hablaban los filósofos griegos: el agua que te lleva, a ti, Marina, y te sustenta; el aire que te impulsa; la tierra que es la meta, tu destino, y el fuego, las hogueras que antiguamente se encendían en las montañas para que las barcas se orientaran en la mar y pudieran volver a puerto.
Las Fallas son uno de los faros que orientan el calendario vital de los valencianos. Son la fiesta del fuego: y no olvidamos que, en sus orígenes, los carpinteros al llegar la primavera quemaban toda la madera que ya no los servía. Es decir: el fuego como símbolo de orientación para los navegantes, pero también símbolo de limpieza. Y la limpieza da un periodo de renovadas energías. Todo acaba, pero no acaba nunca, todo vuelve a empezar.
Pero no lo harás sola. Lo harás acompañada de un grupo de mujeres jóvenes, tu Corte de Honor. Y sé que tú, a pesar del poco tiempo que lleváis juntas, ya sientes, por todas y cada una de ellas, un gran afecto.
Y esas mujeres son:
Susana, una persona llena de buen humor, de alegría, que siempre toma ante la vida una actitud positiva. Hay quién dice que, cuando entras en una habitación, esa habitación se ilumina.
Neus: parece que eres como una pequeña revolución en la Corte de Honor. Eras clara y transparente, y no hay día que tu rostro no aparezca adornado con una sonrisa.
Si tuviéramos que definir a María, diríamos que es una mezcla perfecta de dulzura y carácter. Una mujer con las ideas claras, que hacen fácil la complicidad con ella, y que lleva la lealtad como bandera.
Y si la bondad tuviera un rostro, sería el tuyo, Azahara. Tu sensibilidad y tu capacidad de sorprenderte por todo lo que te rodea te hace una magnífica compañera de viaje.
La apariencia impecable de Raquel es un reflejo de cómo es por dentro. Su seguridad y convicción la llevarán lejos en la vida, pero nunca lejos de las personas a las que aprecia.
Ana es la voz del buen sentido, de la razón y del sentido. Si necesitamos una persona para que, en los momentos de duda, nos señale el buen camino, allí estará. Por eso se ha ganado el respeto de todas sus compañeras.
Y si queremos hablar de una persona valiente y trabajadora, tendríamos que hablar de Elena: una mujer fácil de querer, es nuestra maestra en el arte de la empatía y un gran ejemplo a seguir.
Laura Bennàsar es la inteligencia hecha mujer. La madurez y la amabilidad están presentes en cada célula de su cuerpo. Es difícil estar a su lado y no sentir admiración y aprender de cada palabra que dice.
Y quien conoce a Andrea entiende enseguida que el arte forma parte de su personalidad. La ilusión que es capaz de transmitir en cada detalle, por insignificante que sea, la convierte en un motor indispensable para sus compañeras.
Y que decir de Marta, una mujer que representa los valores que toda persona tendría que tener y que hace que todo a su lado sea fácil. Nunca levanta la voz, y aporta al grupo esa tranquilidad a veces tan necesaria.
Laura Carballeda, una persona generosa, altruista y llena de fuerza y determinación, es un ejemplo a seguir. Y más si añadimos a todo esto que un gran sentido del humor le corre por las venas.
Y Paula, espontaneidad y ternura, sus ojos respiran verdad. Siempre alegre, una de sus principales características es la fidelidad a las personas que aprecia.
Con una corte de honor así, todo será fácil. Y ahora os desvelaré nuestro secreto, el que Marina y yo compartimos. Es un secreto de cariño
Yo no he tenido la ocasión de conocer personalmente a estas mujeres hasta hoy. Y, si es así, ¿como he podido describir sus virtudes? Lo he podido hacer porque he tenido una aliada perfecta en mi tarea. Mis palabras no son otra cosa que los pensamientos de Marina para cada una de las damas de su corte. ¿He dicho un secreto de cariño? Una declaración de amor, de amistad y de unión de trece mujeres maravillosas.
Y dejadme que ahora, para acabar, me vuelva a referir a mi padre. Desde la falla Los Doctores,Edison Valls Tovarra Castro hizo legendario un grito que lanzaba—y todavía lo continúan lanzando los falleros hoy en día— cuando del monumento fallero solo quedan unos rescoldos. Es el momento en qué todos los falleros y falleras, conmovidos y llenos de nostalgia, repasan lo que han vivido en un año ya convertido en cenizas. Se abrazan, emocionados, y sus ojos se llenan de lágrimas. Y en ese momento mi padre gritaba:“¡Caballeros, estamos plantando!”, a pesar de que ahora, para ser políticamente correctos, tendría que haber dicho “Damas y caballeros”.
“¡Estamos plantando!” Es decir, el ciclo empieza otra vez. O lo que es el mismo, ¡viva la vida!, miramos adelante con ilusión porque ahora empieza un nuevo ciclo para todos nosotros. Y es una de las lecciones más importantes que yo aprendí de mi padre. Somos lo que somos y continuaremos siéndolo siempre que seamos capaces de reinventarnos, de empezar de nuevo.
Es la renovación del espíritu, pero también el espíritu de renovación implícito en la fiesta. Quemar aquello que es viejo porque todo pueda renacer: la fiesta, nosotros mismos, estas calles, Valencia… Y sois vosotras las falleras, las que tenéis que marcar el camino.
Ese es mi deseo, Marina: que tengas un buen reinado. Y que seáis todas vosotras, y todos vosotros, muy felices.
Muchas gracias. ¡Viva las fallas! ¡Viva Valencia! ¡Y viva nuestra Fallera Mayor!