Los documentos los poseía Vicente Martínez Mengual, conocido como escritor y poeta con el pseudónimo de Sento Coll Verd Junta Central Fallera ha recibido una donación de llibrets de falla de las primeras décadas del siglo XX que poseía Vicente Martínez Mengual, conocido como escritor y poeta con el pseudónimo Sento Coll Verd. En concreto, la donación la ha realizado su nieta, Amparo Martínez Ferrando, depositaria del legado de su abuelo.
Las Falleras Mayores de València, Laura Mengó y Paula Nieto, como máximas representantes de las Fallas, han presidido esta tarde el acto formal de entrega de todos estos materiales en la ‘casa grande’ de las Fallas de València, en una ubicación perfecta para la ocasión como es la sala Falleras Mayores de València de la sede de Junta Central Fallera, donde se encuentran expuestos los cuadros de todas las máximas representantes falleras que la ciudad ha tenido a lo largo de su historia.
El acto ha contado con la asistencia de los representantes de la comisión Port de Silla, con su fallera mayor, Judith del Valle, y presidente, Lorenzo Pérez, así como por la fallera mayor infantil, Carla Navarro, y el presidente infantil, Arnau Zaragozá. También ha asistido la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Silla, Josefina Zaragozá. De este modo, el Archivo de Junta Central Fallera continúa creciendo e incorporando más materiales que representan la historia viva de la fiesta.
La delegación de Archivo y Biblioteca ha agradecido esta nueva donación que “ayudará a completar y aumentar las diversas colecciones documentales que se guardan, tanto para la necesaria tarea administrativa que a diario se hace en esta casa como para las comisiones falleras o particulares que la necesitan para sus investigaciones”. En este sentido, desde el área han remarcado que las puertas de Junta Central Fallera “siempre están abiertas a cualquier donación de documentación antigua por el bien de nuestra fiesta”.
Sento Coll-Verd
Vicente Martínez fue presidente de honor de la falla Port de Silla. Su afición a las Fallas le venía de muy pequeño. Tenía siete u ocho años cuando iba en compañía de sus amigos por las calles de Pilar, Maldonado, Àngels y Hospital, todos juntos gritando “Una estoreta velleta per a la falla de Sant Josep”. Todo lo que recogían lo llevaban a la plaza de Pilar, donde ayudaban a amontonarlo y le pegaban fuego frente al cuartel del ejército que había allí.
Unos años más tarde, cuando ya había fallas plantadas, en una comisión que daba a Àngels y Maldonado, se deshacía la garganta gritando: «Diez céntimos vale el llibret. Cómprelo porque lleva toda la explicación y relación de todo el que contiene la falla». A cambio de vender el llibret, siempre caían algunos ‘bunyolets’. Así fue hasta que se enamoró de la manera de trabajar por la fiesta al barrio del Carme. En las calles de Jordana, Ripalda, pero sobre todo en la plaza del Árbol, donde la gente se divertía mucho más en bailes y actividades.
Y con el sentido crítico que tenía para la fiesta, formó una peña en compañía de una pandilla de amigos para dar el premio a la mejor falla. Pagaban dos ‘quinzets’ en la semana para el alquiler de un coche el día de San José y poder visitar todas las fallas plantadas. El coche era como los que llevaban antiguamente los banderilleros y, con el estandarte que habían confeccionado, visitaban todas las fallas y daban el banderín a la falla mejor hecha, según su criterio.
Después de hacer parada en Silla, su tía le pidió que fuera el presidente de una nueva comisión que estaba formándose. El objetivo era plantar falla en el año 1974. Finalmente, aceptó el cargo y estuvo al frente de la falla Poble de Silla durante tres años. Después, abandonó la comisión para volver a ser fallero en la ciudad de València.
En compañía de un amigo suyo, creó la falla Lluís Santàngel–Maties Perelló en 1977. Ese mismo año, en el mes de mayo, se constituyó una nueva falla en Silla, la comisión Port de Silla, a la que se apuntó toda su familia. Entonces, volvió para organizar a este colectivo fiestero, donde marcó la línea “de querer la cultura, recuperar la identidad como pueblo y luchar por la lengua”.
Así, enseñó a escribir llibrets de falla, tarea que desarrolló durante casi 20 años. Sus llibrets tenían como escritos principales la crítica, los versos dedicados a las falleras mayores y un cajón fallero donde cabía toda la poesía que escribía. Eran llibrets en todo el sentido de la palabra, de formato pequeño y llenos de ironía y sátira. Martínez los escribía siempre desde un prisma popular, cotidiano, sencillo y muy directo, y con un vocabulario próximo hablaba de temas cotidianos.
Siempre participó muy activamente de todos los aspectos de la fiesta fallera: escribiendo llibrets, versos, ensayando, organizando las presentaciones o dirigiendo representaciones teatrales, hasta que por cuestiones de edad tuvo que ir dejando de hacer el trabajo que durante tantos años había realizado. Eso sí, siempre se mostró abierto y receptivo a las nuevas iniciativas culturales, porque sabía que detrás había una pandilla joven de hombres y mujeres con muchas ganas de trabajar. En definitiva, fue una persona honesta, un fallero vocacional que vivía para la fiesta fallera, un hombre que supo transmitir su pasión por la fiesta a todos y a todas los que formaban parte de la comisión.
El Ayuntamiento de Silla, en 1984, lo nombró hijo adoptivo por todo su trabajo cultural. La comisión del Port creó su presidencia honorífica en 1990, como manera de agradecerle todo lo que les había enseñado. En la comisión lo recuerdan como “un hombre difícil de repetir, un trabajador incansable de la fiesta que se preocupó por la cultura, la lengua, las raíces y la tradición, en una época en la que ser fallero estaba mal visto y llevar el blusón negro era un pecado”.
Fotografías: Fotofilmax Fotógrafos
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